Día 22 de Agosto:
Las 10:30 y Grego está ya que no sabe qué hacer para entretenerse. Es como un gallo que se despierta con el primer rayo de luz y claro, después de la noche anterior que pasé, yo tenía ya ganas de dormir un poco. Lo malo es que haya tenido que ser en este futón sin espesor, que no amortigua nada y es como haber dormido en pleno suelo. Así que el dolor de espalda que tengo es bonito.
Nuestras visitas de hoy comienzan en el barrio de Akihabara. A los aficionados a la tecnología les sonará. En un distrito conocido por sus grandes centros comerciales y tiendas escondidas donde se puede encontrar todo lo relacionado con informática, sonido, fotografía, telefonía y demás cachibaches.
La verdad es que yo venía con otra idea más futurista y esperaba encontrar aparatos nunca vistos, lo último en tecnología, buenos precios.. pero nada de eso. Al final, la parte que vimos nosotros al menos, tenía muchos productos, pero nada espectacular. Lo bueno es que en la parte de fotografía tienen los objetivos de muestra a disposición de cualquiera y puedes montarlos en tu cámara para probarlos allí mismo. Hay tiendas pequeñas de segunda mano, pero o sabes japonés para entender los carteles y localizarlas o dispones de tanto tiempo como para recorrerte todos los sótanos y plantas de edificios para encontrar las gangas.
Lo único llamativo que había en la zona estaba dentro de un sexshop en el que vendían braguitas usadas con la foto de la dueña. Si, si, BRA-GUI-TAS U-SA-DAS. Y por si no se tiene presupuesto para varias, siempre se pueden comprar las anónimas a granel.
Otra anécdota de la mañana fue el encuentro con un diplomático egipcio en Kazajistán en una tienda de fotografía. Se me acercó con la excusa de que le aconsejara sobre cámaras y no paró hasta conseguir mi teléfono y tratar de que quedáramos por la tarde. En estos momentos es cuando me arrepiento de no llevar nunca ni relojes, ni pendientes ni ANILLOS!!! tal vez así me evitaría estas situaciones.
Hora de comer. Para evitar las trifulcas de siempre, cada uno se va por su lado. Samu y yo un rico ramen y el resto comida de McDonald's.
Por la tarde nos acercamos a la bahía de Odaiba, un añadido artificial a la ciudad que recuerda a la visión que se tiene de Nueva York desde Brooklyn. Tienen el puente y hasta una estatua de la libertad desde donde se puede observar el aterdecer con el skyline de fondo. Un sitio tranquilo y que da la sensación de estar al margen del bullicio de Tokyo. Es como si se observara la locura desde fuera.
Para llegar hay que coger una línea especial de tren autómata. En la bahía se ven apartamentos de categoría, un graaaan centro comercial y la noria iluminada!
En el centro comercial coincidimos con el concierto presentación del nuevo single de las Party Rockets. Uuuuuuuhhhhhh!!! Un grupo de adolescentes entre 14 y 15 años vestidas cada una de un color. Hasta ahí, normal, un grupo de adolescentes para adolescentes, no? Pues no. Si nos fijamos en el público que ha ido a verlas, son todo señores de 30-40-50 recién salidos del trabajo. Se saben todas las canciones y las coreografías!!
Esta visión unida a las braguitas de por la mañana, es un aspecto un tanto sórdido de esta sociedad que choca con la imagen que teníamos hasta ahora de gente amabilísima, entregada, educada.. Todo parecía ideal en su comportamiento, pero estas cosas hacen sombra.
Ya sólo nos queda montarnos en la noria iluminada, yujuuuu!!!!Por 3000 yenes montamos un grupo de 5 (Edu se queda en tierra por su animadversión a las norias) y durante 15 minutos podemos observar el skyline nocturno de Tokyo.
Para volver al metro/tren que se conduce solo tenemos que pasar de nuevo por el centro comercial, pero esta vez damos con una zona clavadiiita al Venetian de Las Vegas. Los mismos pasillos con tiendas de alto nivel bajo un techo pintado como si fuese pleno día. Lo miiiismo.
Ya de nuevo en Tokyo, Edu tiene antojo de que vayamos al barrio de Roppongi. Al parecer es el destino nocturno del fin de semana, pero hoy es jueves...
Resultado de la noche: no encontramos ningún sitio curioso para cenar, así que terminamos en un sitio de lo más cutre. De bares molones ni hablamos, lo único que hicimos fue dar vueltas por la calle en busca de no sé muy bien qué, el caso es que no entramos en ningún sitio.. Lo único destacable de la noche fue cuando pasamos por delante de un bar con escaparate donde lo que parecían ser maniquís, resultaron ser dos chicas de verdad. Menudo susto que me di, que hasta las chicas se reían.
Vista la exitosa salida fiestera por Roppongi nos volvemos al apartamento, al menos las chicas, porque ellos se quedarán por el barrio intentando salvar la noche.
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